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Nuevo texto 1
Echo de menos aquellos encuentros a las cuatro de la tarde, como acostumbrábamos siempre. Y es que a esa hora sentía un gusto por vivir, tranquilidad y equilibrio. Me mostraba oscilante y tornasolada.
Repentinamente soltaba suspiros prolongados y profundos, y es ahí cuando de inmediato nos deteníamos y callados, sorprendidos y graves, nos mirábamos a los ojos: teníamos la certeza de que algún día llegaríamos a querernos.
Cuántas veces recibimos juntos a montones el agua del cielo.
Jamás lo encerré en mí, lo dejé ser, no lo juzgué, le di libertad para que respirara y sintiera la hermosura de lo que está fuera de mí.
Él, ligero, agradable, lleno de beatitud por vivir, con la suavidad de quien no está atado a un destino.
Yo, que cerré drásticamente puertas, dentro de mí, por donde ciertos sentimientos pasarían para realizarse.
Me necesité libre, no podía soportar la opresión del amor grande, ni someterme a la tensión del más sólido; porque el amor no me ata tanto.
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