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Afro
Decían que el negro se encontraba rezado contra todo mal y peligro, pero eso a ella no le importó. Con los primeros rayos del sol, la mujer se puso el vestido, ajustó sus tacones y maquilló su rostro, frente a la ventana. Antes de abandonar la habitación, observó el cuerpo rígido del hombre, con su musculosa desnudez, el cabello grueso, los tatuajes en el pecho y su collar santero. Estaba segura de haber aplicado la dosis suficiente de veneno como para matar a un rinoceronte. Le pareció entonces que el cuerpo empezaba a tomar un color purpura. Giró el picaporte de la puerta y se dispuso a salir. Cuando intentó dar el primer paso, escuchó su nombre, acompañado de seis explosiones que invadieron su cuerpo.
Al caer, vio, como Ernesto había perdido todo el pelo y sus labios eran de un rojo inverosímil, pero aún así sostenía en una mano la pistola y en la otra apretaba su collar mientras cantaba “Asché Shango, Asché Shango”.
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