La bala más poderosa del ejercito atravesó a cada hombre, mujer y niño del mundo. Atravesó el espacio y el tiempo y llegó a las manos de Dios, quien sonriendo dijo “Repartí todo de manera igual para que nadie se peleara y aun así quieren más” Ese día, Dios renunció. 

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Todos me miraron fijamente, como si hubiera algo más que decir. “La función terminó” dije. Los gritos inundaron el escenario cuando escuché detrás de mí “Y tu vida también. Aplausos”. 

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La textura de esa piedra siempre me había parecido muy relajante. Tan suave, tan dócil y tan lisa. Ayer, por primera vez, me lastimó cuando la toqué y la arrojé muy lejos. Hoy la extraño, y no la puedo encontrar. 

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Renunciaron al sabor de la carne cuando vieron que estaba sangrando. Retomaron el gusto por la carne, cuando la sangre los abandonó. 

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El olor familiar tenía ese algo que lo hacía relajante, pero a la vez sospechoso, como si las catástrofes y los buenos recuerdos quisieran mantenerme ahí a cualquier costo. 

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Grabé sus últimas palabras en mi recordar, pero no eran ni de cerca lo que siempre quise oír. Edité cada frecuencia del audio y por fin pude escuchar “Te Amo”. 

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