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Llueve.
Y un día volvió a llover, después de los incendios.
Despertamos y la tierra mojada olía al anhelo
de un tiempo menos cruel, menos severo.
Pero la tierra no está para escuchar nuestros
anhelos, los míos, los tuyos, los de nadie.
La tierra apenas nos sostiene. Que no es poco.
Más allá de nuestra pequeña parcela de tierra
mojada, muchos otros festejan o lamentan.
Hay duelos, hay dolor, también celebraciones.
Los hay que retornan como Lázaro, cuando ya
los daban por muertos, los que se esconden
de la peste a contarse historias, los que salen.
Vivimos este tiempo que es el nuestro y es de otros.
Volvemos hacia atrás o hacia adelante, tanteamos
como ciegos, o como Lear, guiados por los ciegos.
De un lado vocifera iluminado, el aprendiz de mesías.
Del otro anuncian el final de lo tiempos y el castigo.
Y el tiempo hace lo que quiere. Hoy, sin más, llueve.
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