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Patria.
El campo es una idea que nos ronda
a los argentinos desde pequeños:
se nos cuenta una fábula de una arcadia
verde poblada de gauchos, de un tiempo
dorado, de una tierra sin mal tan ficticia
como estos otros mitos. Se nos viste
de gauchos y de chinas en los actos
escolares, sobre todo en las escuelas
que están instaladas en medio del asfalto.
En las otras, no lo hacen, porque no lo necesitan:
el campo es el campo y el trabajador no es
un chico disfrazado con un traje alquilado de
tafeta sintética.No hay poesía posible en
levantarse con el sol a ensillar un caballo
o arrancar un tractor. Es trabajo, es la vida,
es el sustento. No hay palabras bellas:
es lo que es, nada más, y eso es todo.
En las ciudades creemos que la identidad
es un traje de feria, un acto escolar,
una representación. Repetimos los mismos
versos a través de doce años de enseñanza
obligatoria. No es mejor ni peor que rezar,
e igualmente inútiles son sus resultados.
La patria es ese credo laico que se recita
en las fechas distribuidas en el calendario
escolar, para forjar la nacionalidad
y fomentar el turismo. Todo en partes iguales.
Y quizás la única tierra a la que pertenezcamos
será aquella que recoja nuestros huesos,
o cenizas. La que sea que nos reciba,
a la que le devolveremos el nitrógeno
que le robamos. A la que alimentemos
así como ella nos alimentó. Donde nuestro
cuerpo nutra la tierra que dé sustento a nuestros
hijos, ahí estará la patria.
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