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Pasas que cosan
Como cadáveres ya sin hombre dentro, yacen
las ropas. Testigo inerte, un hueco
del tamaño que tendría la suma de las horas
si fuese un segundo una gota
de aire o fuera, fuera
de aquí, un suspiro
de lo que sucede, el mar
–ese de amar– el mundo y fuese
la música intensa del amor un sonido
sin añoranza. Escribe
secretamente y a voces el náufrago,
que agoniza sin muerte posible, un libro
corpóreo, a la voz de aura: "Cómo
no perder tantos pedazos
en el intento", se llama, y llama
a que se encienda (cual si fuera evitable)
la llama.
Como ropas ya sin hombre dentro, yacen
los cuerpos: locuaces testigos del inicio
de una de las tantas primaveras. Allá,
sin embargo, caen,
como las ropas, los cuerpos, los declarantes,
los ausentes y anhelantes,
anaranjadas las hojas. –Que suene
–desesperado clama –de una vez el son
sin ton ni son del enamorado demorado. Mientras tanto:
la ropa vacía,
los muertos,
la flecha
parada en aire.
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