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TIERRAS Y BOCAS
El autobús ronroneaba igual que los pensamientos de Alaida, enfermos y con sabor a roto. Tan estropeados y nocivos que no pudieren dar cúlmine ni llegar a su destino.
Pero marchó igual, partiendo en no retorno y menos consecución.
Ojalá hubiesen ardido, sufrido accidente mortal o tetraplejias. No tendrían tanta suerte.
Cuestión de momento y oportunidad. Que aguardaba agazapado.
Un tramo, un túnel mal iluminado, una curva a su salida; donde circulan solos, sin compañeros de ruedas, sin miradas aviesas.
¡Jodida providencia tramposa!
La línea continua se derivó en sonrisa y luego fauce.
La boca de la tierra se abrió y tragó sin místicas ni masticar.
Ni rastro o pista hubo y habrá de vehículo y pasajeros.
Caen que no flotan. Gritan que no rezan.
Entre apéndices deformes y curiosos. Telarañas hambrientas y habitadas.
Practicantes del Sí tocar.
Que arramplan tentempié humano en su buffet, violentando cristal y carne.
El pasaje se reduce. En agonía. En digestión corrosiva perenne.
Las pocas fosforescencias son ojos que tienen dientes.
Los demás, malvivientes, botan rebotan y vomitan abismo.
Hasta que se estrellan; amerizan húmedos de polución sin motivo ni noche. Excitados en miedo.
Se miran, miden y comprueban. Enteros y perdidos. Desplazados. Con las vísceras de los comidos como recuerdo y fanfarria.
Quieren salir en premura del transporte como si tuviesen permiso o posibilidad. Como si el terror estuviere más dentro que fuera.
Se cierra el agrio metal, latente y latiendo. Insuflado de ánimo sin conciencia. Cuasi poseído.
Coaccionado, craso palabro.
O carruaje zampa hombre (y mujer y niño), u otras criaturas comerán autobús.
Decidir.
Y decide.
Al igual que Alaida, jugando con sus legos invisibles. Despreocupada.
Los cuatro estados de la materia entran en escena, combustionando.
Capacidad regalada. Transmutación.
Es por las risas. Y más por el dolor.
El transporte se deshace y rehace en jirones: sólido, niebla, líquido, plasma. Viola todo y cualquier orificio anatómico. Mental. Penetra con punta y filo. Horadando. Ampliando. Perpetrando oquedades nuevas.
Entra y sale. Empuja y aprieta.
Quiebra. Brutal.
A las y los valientes, el cuerpo primero.
A los y las cobardes, la mente primero.
La orgía se tiñe.
Tormento de minutos en versión extendida infinita. Sin escenas eliminadas ni censuras núbiles mojigatas.
El agujero mastica y muerde, degusta los alaridos, temores y padeceres.
Hasta su final cíclico.
El bus llora. Como nunca lloró ningún bus.
Expulsa, da por cerrado el viaje. Se vacía. De aceite, sangre, gasoil y agresión.
Mira arriba.
Esperanzas.
Y le recuerdan lo mejor de ganar vida: conseguir muerte.
Propiajena.
Balanza.
La cueva es intestino y los ácidos de la humanidad y su origen degluten.
¡Se alimenta de sí misma!
El penúltimo aullido se extingue.
Las entrañas se dan por satisfechas.
Las mandíbulas se cierran. El eructo sabe a óxido. La cicatriz nace sobre la tierra.
Una más.
Ahora, a esperar el siguiente autobús.
Coche.
Tren.
Avión.
Bicicleta.
Paseo.
¿Cómo me dices que te gusta más viajar?
Epílogo I:
Alaida excava invertido e invertida. Brota entre el barro pero no es flor. Aunque sí hace fotosíntesis de sacrificios.
Se incorpora, se limpia, se relame. Siente su interior. Nuevas formas. Ríe demente.
Y continúa caminando por el mundo buscando un amig@...