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El hombre gris
Ahora contemplas las perdidas horas,
el tiempo que asesinas en la huida
y palpas tus heridas sangrantes, tu derrota,
tu propia culpa te ataca y te persigue,
la experiencia inútil de los ávidos cuerpos,
el silencio final de unos nombres olvidados.
Sólo vienes y vas por la casa,
están los mismos muros incambiables,
el espacio oscuro y frío de la desesperanza,
y tiembla tu voz como un gemido en agonía
que repasa las palabras y abre tu pupila,
cansadamente, tu pupila roja y gigante,
hacia las solitarias calles de bares y de vino
y fuerzas a clavarte la noche, empapándola,
como única solución posible para el olvido.
Te observas furtivamente en el fondo del vaso
y encuentras tu pasado y mi semilla
va cayendo sobre ti.
Ahora que estás a solas
descubres la luz ansiada del camino de regreso.
Sobresaltado te sorprendes contándote los pasos,
tan invencible, tan lejano te parece,
que aprietas las manos de nadie extendidas en alboroto,
fijado en lo inseguro de tus mitos
hundes tu febril sabia en los labios babeantes.
De espaldas a la luz, a media noche,
ausente de ti mismo y sonriente
prosigues las calles miserables, tus recuerdos y prisiones,
y una honda pasión de muerte niega tu retorno.
Entonces yo siento el irreprimible deseo
de matar al hombre gris que se sonríe vencido.
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