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La huida (7)
Finales de verano de 1985.
El sacristán de la catedral sale, a primera hora de la mañana, a abrir las puertas de la misma.
Cual no sería su sorpresa al ver, en uno de los escalones de entrada a la puerta principal, un bulto tapado con una manta.
Se acercó, y oyó claramente el llanto de un bebé.
Se agachó, recogió al bebé del suelo, y miró alrededor, pero no vio a nadie.
Meció un poco al bebé para que dejara de llorar, y entró en la catedral con la criatura.
Fue directamente a su casa, que no era más que un pequeño anexo en la parte trasera de la imponente catedral.
Allí dio cuenta a su esposa de su hallazgo.
La mujer del sacristán cogió al bebé, lo meció, y le preparó un biberón (que guardaba de los tiempos en que sus hijos eran pequeños) con leche, mientras decía : "Dios mío, debe de hacer años que nadie abandona a una criatura recién nacida en la Catedral. Mi abuelo me contó que, siendo él sacristán, tuvo que recoger a una".
"¿Que vamos a hacer?" preguntó el hombre.
La mujer le miró fijamente, y le dijo : "Vendérselo a los caciques del pueblo de tus padres. Es bien sabido por todos que ella no puede tener hijos, y están deseando tenerlos. Y no les dejan adoptar".
El le contestó muy seriamente : "No les dejan adoptar porque ella está loca de remate".
"Eso a nosotros no nos importa. Ahora mismo, cojo el coche, y me voy al pueblo. Le voy a sacar unos buenos dineros a esos malnacidos".
"Que conste que no estoy de acuerdo".
"Ese es tu problema. Y, de ésto, ni una sola palabra a nadie".
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